Antes de nada decir que me siento halagado de poder por fin expresarles a través de este medio la oportunidad de analizarles hasta donde alcanza mi haber, la película del momento,‘Érase una vez en… Hollywood’, de Quentin Tarantino (‘Los odiosos ocho’).
En este nuevo film, el guionista-director, nos cuenta la historia ficticia del actor Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), y de su doble, Cliff Booth (Brad Pitt). Es el final de la década de los 60, el primero teme quedarse estancado en su carrera por no ser capaz de asentarse como actor en la gran pantalla, harto de participar en series wésterns. Y el segundo, intenta sobrevivir a toda cosa con cualquier trabajo que le saque del paso.
En medio de esta crisis adelantada de los 40, un poco existencial y también algo laboral, se percatará de que tiene por vecina a la actriz Sharon Tate (Margot Robbie), esposa del director Roman Polanski (‘La semilla del diablo’), lo cual ayudará a Rick a no desanimarse; mientras que Cliff hace una amiguita hippie que vive a las afueras con otros varios “amigos” y no hace más que hablarle de un tal Charlie…
Tranquilos. No volveré a insistirles en el ya harto comentado posible retiro del cineasta, y vamos a lo que nos interesa, a Hollywood, California, a 1969 y al fin de una era. Intentaré no defraudarles, como de nuevo Tarantino no me ha defraudado con su novena, y probable, última película.
El fin de una era: la caída del Hollywood Clásico
El final de la década de los 60 marca un momento importantísimo para la industria cinematográfica estadounidense, y que Tarantino refleja fidedignamente. El año 69 es fundamental debido a que dos años antes había caído el detestado Código Hays, que no era sino un manual de censura que vetaba qué se podía ver en una película y que no. Su vigencia se remontaba a 1934, y su caída supuso la transición al nuevo Hollywood.
El sistema de estudios también estaba cambiando, así como la marcada crisis del Star System. En el Hollywood Clásico, el de Greta Garbo, de Charlie Chaplin, de Vivien Leigh o de Clark Gable, los estudios adquirían a las estrellas como si de jugadores de fútbol se tratasen.
Si uno colaraba con United Artists, no podía trabajar con Paramount Pictures hasta que finalizara su contrato. Así eran las reglas del juego, hasta que esto comenzó a cambiar a inicios de los 60, hecho que favoreció enormemente la renovación de la industria por parte de jóvenes actores salidos de las nuevas escuelas de interpretación vigentes como el Actors Studio.
Sharon Tate pertenecía a esa nueva raza de intérpretes del Method Acting, que buscaban tratar de acabar con los estereotipos vigentes de una industria cuanto más condenada a la extinción si no conseguía renovarse.
Pero lo que hace Tarantino en‘Érase una vez en… Hollywood’no es quedarse en un mero retrato histórico-cultural, no es eso lo que le interesa, ahora pasaremos a dirimir el por qué su retrato de esta época, no es realista, sino todo lo contrario.
‘Érase una vez en… Hollywood’ o la ilusión del verano del amor
La guerra de Vietnam, el LSD, ‘The Beatles’, ‘The Doors’, Jimmy Hendrix, Janis Joplin, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, William S. Burroughs: todos ellos forman parte de los efectos directos y colaterales del contexto contracultural conocido como ‘El verano del amor’ acaecido en 1967. Y sus efectos se extenderán durante más de casi dos décadas.
Tarantino recalca este verano del 69 como una ensoñación, no es un planteamiento tangible de aquella realidad, pero tampoco la edulcora: es una ilusión del período correspondido a su nacimiento y a parte de su infancia.
De ahí que los sonidos que se escuchen a lo largo del film sean de grabaciones de la época: las voces de la radio, las imágenes de televisión, así como la estética de las secuencias en que actúa DiCaprio. Todo está concebido para que como espectadores nos veamos traslados de manera emotivo-sensorial al ambiente del film. Y vaya si lo consigue: la inmersión es absoluta.
La ambientación, el vestuario, los modelos de las casas, y el cómo está dirigida la película… La forma queda supeditada al contexto, en una revisión neoclasicista que abruma. Nunca Tarantino tuvo tantas grúas, dollys y maquinaria a su disposición por parte de Sony, permitiéndose hacer un abordaje cinematográfico de la historia, calcado a los que se hacían a aquella época.
Un dúo protagonista carismático y demoledor
Les comentamos en su momento en otra noticia relacionada, que este noveno film había supuesto el mejor estreno de toda la carrera de Quentin Tarantino: en su primer fin de semana recaudó la nada desdeñable cifra de 40 millones de dólares, y con toda seguridad consiga posicionarse bien en el Box Office.
¿Y a qué se debe esto? Evidentemente al reclamo que supone ver por primera vez en pantalla a los ganadores del Oscar, Leonardo DiCaprio (‘El Renacido’) y Brad Pitt (‘Doce años de esclavitud’). Y no es para menos, pues la veteranía y el carisma de los dos intérpretes consiguen elevar al film a cotas elevadísimas.
Y si bien es cierto que DiCaprio borda su papel de Dalton, en un ejercicio de autoparodia de sí mismo magistral… Otorgándonos de nuevo, una exploración más profunda de la faceta cómica del actor; el que se lleva el gato al agua es su doble.
Pitt está sencillamente perfecto, hay quién dirá que básicamente se está interpretando a sí mismo, pero no es cierto (y uno entiende de esto). Cliff Booth irradia simpatía, humildad, pero también nos genera intriga con ese contrapunto oscuro que se rumorea de su personaje… Ya saben, la secuencia del barco con su mujer.
Con respecto a Margot Robbie, resulta excelentemente acertada para representar a Tate; su parecido físico es inmenso. Pero el enfoque que el guión sugiere, no es mostrarnos a la actriz interpretando a una Sharon Tate de carne y hueso… Sino a una versión idealizada de la actriz, como si fuera un ente abstracto que lo que pretende es reproducir la inocencia personificada.
Y es que la tónica del noveno film de Tarantino a lo largo de sus fugaces 165 minutos, es esta que pasaremos a concluir a continuación: la constatación de la expresión de lo ficticio sobre lo real.
Usted está viendo una película
Esta es la tesis que Tarantino defiende a lo largo de todo el metraje de‘Érase una vez en… Hollywood’. Y no lo hace tampoco sin la necesidad de gritárselo al espectador a los cuatro vientos, porque sabe de sobra que solo los auténticos amantes del cine se percatarán de ello.
Hay quien habla de este noveno film producido por Sony, como de una carta de amor al cine; más que una carta de amor (lo cual es un comentario bastante obvio, teniendo en cuenta que en su quehacer el cineasta de Tennessee siempre ha demostrado su amor por el séptimo arte) es una película para aquellos que aman al cine con todas sus fuerzas.
En determinados momentos, la edición lleva a cabo cortes a propósito sobre determinadas acciones, juega con el lenguaje; hay un maravilloso flashback insertado dentro de otro flashback, brillantemente disfrazado .Y una explotación de sus estrellas al máximo: una secuencia de Pitt con el torso al descubierto, con gafas de sol y fumando un cigarrillo sin llevar a cabo su tarea, reparar una antena: lo dice todo.
Su último y violento acto, es cómico, efectista y espectacular hecho totalmente aposta, reforzando Tarantino su tesis, y siendo más directo: amigos, estáis viendo una película así que reíros, porque nada de esto es real.
Así mismo, y aún como espectadores, siendo conscientes de la desgracia de Tate y compañía,Tarantino nos da a entender como ya hiciera con el final de ‘Malditos Bastardos’ (2009) que es posible que Hitler no fuera asesinado, pero que en el cine todo es posible, porque esa es su razón de ser; una evasión de la realidad y que busca ante todo, entretener.
Y ‘Érase una vez en… Hollywood’ me ha entretenido enormemente, he reído hasta hartar y a pesar de su largo metraje, es un film con el que es imposible aburrirse, y que hasta resulta didáctico en cierto sentido y crítico, desde la sutileza, con el contexto de corrección política imperante. Eso sí, no esperen encontrarse al Tarantino habitual, porque no lo hallarán por ningún lado.
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