En un mundo con una mentalidad cada vez más abierta, se contemplan todo tipo de opciones de vida que cada uno puede elegir libremente. No obstante, a veces algunas de estas preferencias son tan poco habituales, que las personas que las eligen son señaladas y, a veces, repudiadas o vistas como “bichos raros”. Que quede claro que desde Carácter Urbano defendemos siempre que cada persona pueda hacer lo que le plazca con su cuerpo, su tiempo y sus decisiones vitales.
Dicho esto, no sería de justicia obviar que algunas veces nos encontremos con situaciones que podemos calificar de poco menos que “atípicas” o, directamente, “estrafalarias”. Sin ir demasiado lejos, en el ámbito de la sexualidad lo vemos muy claro, ya que existe la tendencia a calificar de “normal” o “rara” a la gente según quién o qué sea la fuente de placer. Por eso en este artículo vamos a ver un particular caso de parafilia, pero antes, conozcamos este concepto.
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Parafilia, deseo sexual hacia lo atípico
“Filia” es el término que se refiere a la atracción, sexual o no, desmesurada hacia una realidad. Por ejemplo, un cinéfilo es una persona devota por el cine, que lo vive con pasión y que no imagina su existencia sin este arte. A priori, no hay nada peculiar en sentir especial pasión hacia una temática o pasatiempo.
Ahora bien, la palabra “parafilia” la usamos para hablar acerca de una desviación en la conducta sexual, proyectada hacia objetos raros o infrecuentes por los que se siente deseo. Si bien es cierto que se consideran inocuas de por sí (aunque sea algo extraño no significa que tenga que ser punible), algunas parafilias pueden implicar daño físico o psicológico hacia la persona objeto de la pasión.
Sea como sea, existe un debate abierto sobre lo que se considera o no parafilia; al fin y al cabo, ¿quién debe marcar los límites de lo desadaptativo? Podemos añadir también, que el número de parafilias no está delimitado a unas cuantas; sino que, más bien, pueden ir apareciendo tantas como objetos haya.
Objetofilia, cuando los objetos provocan placer
Decir que el mundo de las parafilias no tiene fin y que las hay para todo tipo de gustos, es decir la verdad. Al mundo de la sexualidad cada vez se le van añadiendo más formas; prueba de ello es lo que ha recibido el nombre de “objetofilia”.
Se define la objetofilia como la atracción sexual por objetos inanimados a los que se les atribuye personalidad, inteligencia y alma; además de la capacidad de comunicarse con las personas. Son muchos los casos documentados y reales de “relaciones” que se han establecido entre personas y algún elemento de su entorno por el que ha nacido un amor incondicional, a pesar del riesgo a las descalificaciones e insultos.
Los miembros de este colectivo (objetofílicos), han dejado de considerar que la objetofilia es una parafilia, para tratarla como una forma de sexualidad más. Los argumentos en los que se apoyan para desvincularse de esta idea, son las cualidades humanas antes mencionadas, atribuidas a todo lo inanimado, no única ni exclusivamente al elemento amado.
Para los que no ven con tan buenos esta singular forma de vida, simplemente es un fetiche llevado al extremo de lo absurdo e incluso, una enfermedad mental. No obstante, los objetofílicos insisten en que lo que ellos sienten es amor puro, no únicamente sexual, por el objeto al que tratan como a su pareja sentimental.
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“Yo os declaro mujer y… ¿cómo?”
A la lista de personas que hemos conocido que se han casado con “cosas” como el Muro de Berlín, la Torre Eiffel, coches (un tipo de objetofilia llamada “mecanofilia”) o con su propia almohada; ahora se suma Amy Wolfe. Esta organista de una iglesia estadounidense ha dado el “sí quiero” a (redoble de tambores)…¡Una montaña rusa!.
“Le amo tanto como cualquier mujer a su marido y sé que estaremos juntos para siempre”, declaraba la ilusionada novia a The Telegraph cuando su caso se dio a conocer. Afirma que duerme con una fotografía enmarcada de la atracción en el cabezal de su cama. La devoción de Amy por la montaña rusa que ahora es su marido, la ha llevado al punto de coleccionar los tornillos y tuercas que quedan sueltos a lo largo de la estructura para sentirla siempre cerca.
El colmo de lo excéntrico, sin duda alguna. Aquí traemos una entrevista que se le hizo a la mujer:
¿Cómo comenzó este particular parafilia?
Tras diez años subiendo a la atracción, cuya temática es Las mil y una noches, de ahí su nombre, 1001 nachts; Amy Wolfe se casó con esta montaña rusa en 2009, cuando ella tenía 33 años. Desde los 13, la mujer, natural de Pennsylvania, dice haber sentido una atracción irrefrenable por 100 nacht. Tanto es así que, desde entonces, se dedicó a viajar al parque temático Knoebels hasta un total de 10 veces al año para montar en su amado y declararle su amor.
Según ella, está convencida de que ambos comparten un vínculo físico y espiritual que le impide sentir celos cuando las otras personas montan en 1001 nacht. A pesar del rechazo de los responsables del parque, que no aprueban la relación, el resto de sus familiares sí han mostrado apoyo a Amy, que asegura no poder evitar lo que siente y que la montaña rusa es parte de quien ella es. Nos podemos imaginar los chistes a su costa del estilo: “sin duda, esta es una relación con muchos altibajos”.
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¿La objetofilia podría tener alguna explicación?
La naturaleza del ser humano nos lleva a querer darle una explicación siempre a todos los fenómenos que acontecen a nuestro alrededor, ya que no concebimos que algo pueda escaparse a nuestro razonamiento sin haberle puesto una etiqueta o indagado en las causas. La objetofilia, por lo atípico y extravagante que supone esta parafilia, no iba a estar exenta de ello.
Aunque se desconocen las causas de esta particular forma de vivir la sexualidad personal, desde las ramas psicoanalíticas de la psicología han querido ver en la objetofilia la manifestación de un trauma infantil, probablemente relacionado con alguna violación o abuso sexual sufrido en esta etapa (a manos del padre de la persona objetofílica, como suele ser habitual en la disciplina). Esta experiencia provocaría una represión tal que conllevaría a no sentir nada hacia el sexo convencional con personas y a manifestarlo hacia los objetos, aunque sin saber bien bien por qué.
Puede ser que, y esto es meramente especulativo, el apego desarrollado por cosas inanimadas se vincule a un bloqueo emocional producto de dicho trauma, asumiendo que éste sea cierto. De esta forma, la víctima se refugiaría en el confort proporcionado por algún elemento de su entorno para evadirse del impacto psicológico sufrido. Supongamos que no ha existido abuso alguno; entonces la fijación por un objeto se podría deber simplemente a un estancamiento en alguna de las etapas del desarrollo que proponían las corrientes de Freud y sus seguidores.
Otros ven una razón más simple que permite entender por qué se da la objetofilia; y es que ésta no sería más que la consecuencia lógica de una asexualidad muy marcada. La asexualidad es ese rechazo frontal hacia las relaciones sexual de todo tipo que algunas personas sienten. Una persona asexual no buscará tener este tipo de encuentros porque no siente deseo ni motivación para hacerlo, pues el sexo no supone un aliciente como para el resto. ¿Puede la asexualidad predisponer a sentir objetofilia tras una vida de celibato?