El mundo cambia y con él, nuestras necesidades. Las nuevas tecnologías aplicadas a casi todos los hábitos cotidianos se han otorgado un papel vital en nuestro desempeño diario, ya que sin ellas sería impensable vivir, metidos como estamos en plena esclavitud tecnológica.
Con dispositivos electrónicos avanzadísimos surgen nuevas formas de comunicación que permiten salvar las distancias y conectarnos con gente de forma aleatoria sin necesidad de una presentación cara a cara. Y de esto han sabido sacar mucho partido las aplicaciones de ligoteo como Tinder, muy utilizada por la juventud.
Este escrito está dedicado a estas nuevas herramientas para ligar y conocer gente nueva (especialmente a Tinder, por ser la más popular en ciertos sectores de la población), más concretamente en cómo han contribuido a cambiar el modo de relacionarnos con nuestros iguales y de qué forma. Esperemos que sirva como toque de atención para algunos.
¿Cómo funciona Tinder?
Para aquellos que no conozcan su funcionamiento, en Tinder se muestran los perfiles de los candidatos con una gran foto principal. La persona usuaria puede deslizar la foto hacia la izquierda, señal de que no le gusta o rechaza ese perfil; o bien hacia la derecha, indicando que hay atracción. También puede utilizar dos iconos, una cruz o un símbolo visto en lugar de utilizar la opción de desplazar a los lados.
La conexión entre dos perfiles se da cuando ambos usuarios han desplazado la foto del otro hacia la derecha, indicando que les ha gustado lo que han visto. No es hasta este momento que podemos conversar. Otra opción más directa es la de lanzar un “superlike” (marcado con una estrella en un botón azul), para que la persona vea al momento que alguien ha mostrado interés. Según lo que le agrade, decidirá si entabla o no conversación con el pretendiente que le ha enviado este flechazo cibernético.
Tinder ofrece también la posibilidad de redactar en nuestro perfil y aportar datos acerca de nosotros. Algunos utilizan este apartado para sacar su lado más creativo, escribiendo frases graciosas o chistes; mientras que otros lo utilizan para hacer un listado de requisitos sobre lo que están o no buscando en la aplicación, con tal de prevenir a las personas candidatas que no tengan las mismas intenciones
El imperio de las apariencias
Nos guste o no, este tipo de herramientos para ligar están fundamentadas y enfatizan mucho en las apariencias: juzgamos a las personas en base a las fotografías que se nos muestran en portada.
Y es que es aquí donde yace la trampa de aplicaciones como Tinder. Hemos comentado que podemos redactar en nuestra biografía cualquier descripción que nos dé a conocer un poco mejor y así contribuya a reforzar nuestra agradabilidad. No obstante, para acceder a esta información, la persona a la que le aparezcamos debe tener la iniciativa de clicar sobre la primera foto y navegar por el resto del perfil, lo que le permitirá ver otras fotos y leerla biografía, si se molesta mínimamente.
Ahora bien, para que esto ocurra, la foto de portada debe ser lo suficientemente atractiva para aumentar las probabilidades de que las personas candidatas entren al perfil y lean sobre nosotros. Así que, a pesar de los esfuerzos por resultar graciosos o interesantes, si el usuario no hace un poco de “scroll” por la pantalla, ni se molestará en leer lo que has escrito.
Es evidente que Tinder enfatiza en la pura fachada y obvia aspectos más íntimos e individuales: las personas son puestas en un mostrador que va exhibiendo perfiles en cadena, poniendo a prueba la rapidez del pulgar de quien utilice la aplicación para rechazar o aceptar los candidatos que se expongan. Tinder, al igual que otras, se ha convertido en un refugio para desplegar nuestro lado más frívolo.
¿Qué tienen en común los usuarios de Tinder?
El perfil de usuarios de Tinder es muy variado y su uso no está destinado únicamente hacia un grupo en concreto, más bien al contrario. Personas de diferentes orígenes, idiomas, edades, gustos, nivel formativo se pueden encontrar en la aplicación. Aun así, si hay algo que les une son las ganas por obtener un “match” o coincidencia con otro usuario.
Por eso, parece que cuanto más tiempo pasemos en la app y más candidatos vayan pasando por nuestra pantalla sin obtener resultados, se incremente la tendencia a ir descartando o aceptando perfiles sin molestarnos en clicar en una foto de alguien concreto e indagar algo más a fondo en cómo es esa otra persona.
Si bien el diseño de Tinder invita muy poco a buscar de forma activa más sobre las personas pretendientes, actualmente impera cierta vagancia por parte de los consumidores de este tipo de aplicaciones. Bien sea para combatir el aburrimiento, o mientras dan anuncios por televisión, o para coger sueño, una nueva técnica es abrir Tinder y ponerse a cotillear perfiles de personas que, si encontrásemos por la calle, en una cafetería, tienda o biblioteca, casi seguro ni nos molestaríamos a entablar conversación.
El deterioro del “tú a tú” gracias a apps como Tinder
Es aquí donde las aplicaciones de contactos más daño están causando. Se está devaluando la importancia de conocer a otras personas como antaño, en primera persona. Nos estamos atontando a pasos agigantados, incapaces de establecer una mínima conversación espontánea con otras personas.
Parece que, sin un móvil con Tinder, Happn o Instagram instalados, no podemos acercarnos por primera vez a alguien. Ahora, optamos por enviar corazoncitos o “likes” virtuales para mostrar interés en alguien, anulando otros factores que influyen a la hora de darnos a conocer y que pueden mejorar nuestra imagen si no somos personas dadas al postureo o a quedar demasiado bien en las fotografías que colgamos en las redes sociales.
Las formas de seducción han cambiado, lo decíamos al comienzo, pero es una pena los extremos a los que llegamos. Es verdad que para establecer una relación de cualquier tipo (un rollo esporádico o una relación más seria) debe existir un cierto grado de atracción.
Ahora bien, escoger en función de un álbum fotográfico no parece ser la mejor de las maneras; y Tinder y demás redes alientan este tipo de conductas, convirtiéndose en reductos donde prevalece la idea de que únicamente valemos según lo que decidamos enseñar de nosotros.