Después de tres años tras Julieta, su proyecto anterior, Pedro Almodóvar ha vuelto a nuestras salas y a nuestras vidas con Dolor y Gloria, su película más importante en (como mínimo) los últimos 10 años.
Antonio Banderas es Salvador Mallo que es Pedro Almodóvar, director de cine que se acerca a la edad de jubilación, con grandes dolores en el cuerpo y en el alma que a lo largo de la película teme enfrentar pero enfrenta; unas veces con más éxito que otras. La vida de Mallo ha llegado a un punto en el que mira mucho más al exitoso pasado que al futuro: retrospectivas en la Filmoteca, recuerdos de una madre que lo marca como solo las madres pueden, amores que se perdieron y toda una serie de cicatrices que la vida le ha dejado, como la que se dibuja sobre su columna vertebral y que le tiene casi inmovilizado; obligado a consumir opiáceos y analgésicos para paliar su dolor.
Pero si hay algo que marca la película, que marca la vida de Salvador Mallo desde el principio de sus días al final, es el cine. No podemos entender Dolor y Gloria pasando por alto su condición de declaración de amor a la gran pantalla (“El cine me salvó”, llega a decir literalmente). Todo lo que le ocurre, pero también lo que deja de ocurrirle, al protagonista no hubiera sido de no ser por el séptimo arte. He aquí el dolor y la gloria del título. La vida de alguien que parece que lo es todo gracias al éxito pero cuya vida privada, los días largos que se suceden en la intimidad, lo que lleva uno dentro y no se cura con los focos, contrasta muchísimo con lo que se puede esperar de uno de los directores españoles (e internacionales) más prestigiosos que quedan vivos.
Recuerdos de una vida
En el film se dibuja una serie de personajes que van en la línea de los que solo el director español sabe mostrar. La mirada de unos años 80 que, quizá ahora más que nunca, sabe él y sabemos todos, incluso los que no los vivimos, fueron excepcionales e irrepetibles, por suerte o por desgracia.
En el plano estético, Dolor y Gloria es una de las películas “sobrias” de Almodóvar, pero cuando se tiene el color en la mirada es muy difícil resistirse a usarlo, o que, incluso sin quererlo, acabe colándose sin que podamos hacer nada para evitarlo. Esta película es una mirada en profundidad al interior de un director, de un personaje, de un icono, y es por eso que su casa es el lugar alrededor del que todo gira y del que es difícil salir. “He invertido todo lo que he ganado en esta casa” viene a decir Salvador Mallo en la película. Vive con sus muebles de diseño, sus cuadros y su memoria.
Nadie puede venir ahora a decirle a Pedro Almodóvar lo que es el cine, pero me parece obvio que en esta película ha sacado lo mejor de sí y de las influencias que le han marcado. El concepto de la película me recuerda al de La Gran Belleza pasada por el filtro del español, personajes rotos que han vivido mucho, que se mantienen a flote con la dignidad que da saber de dónde se viene. La película es un puzzle del que solo se consigue ver la imagen que forma al final, con un uso del tiempo que funciona como un rompecabezas, porque los recuerdos no siempre vienen uno detrás de otro, todo se mezcla, todo tiene relación.
El trabajo de Almodovar no está solo en el guión y en la dirección y la estética. Consigue que todos los actores realicen grandes actuaciones: Asier Etxemendia haciendo de Alberto lo clava desde la contención, el trabajo con el actor niño que hace del pequeño Salvador Mallo es casi increíble y Antonio Banderas, como siempre que actúa bajo las ordenes del director de Volver, ofrece actuaciones de un actor de primerísimo nivel. “El mejor actor no es el que llora sino el que sabe contener las lágrimas”, dice el personaje de Salvador, y en esta película todo es contención, aguantar la respiración, limpiarse las lágrimas antes de que salgan.
Dolor y Gloria es una representación de mente y alma de un Almodóvar que roza los setenta manteniendo su saber hacer y que lleva viendo el cine desde que era joven como una gran piscina de la que solo ha cambiado el color de los azulejos del fondo y la forma de entrar en ella. Mientras pasaba el pop, el glam o la estética queer por esos azulejos, Almodóvar seguía tirándose una y otra vez de cabeza. Desde hace ya un tiempo, pero queda evidenciado ahora, entra bajando por la escaleras cuidadoso pero seguro, y la piscina es una miscelánea de todo lo que nos ha ofrecido hasta el momento, que es mucho.
No se si Almodóvar conseguirá por fin alcanzar el sueño de Cannes, pero desde luego va a estar ahí indiscutiblemente. Dolor y Gloria es una película que hace creer en el cine español no solo como un lugar donde hacer grandes películas que enganchan con su ritmo trepidante, que hacen reír o que se convierten en retratos de una sociedad que necesita mirarse más a menudo al espejo. Sino también películas que son arte, que consiguen, desde lo personal, expresar emociones universales que nos tocan a todos, tengamos la edad que tengamos. Solo así se entiende el reconocimiento masivo de la crítica en la gran mayoría de las reseñas. Un lunes por la noche, en un cine alejado del centro de Madrid con media entrada, todos los espectadores que acabábamos de compartir Dolor y Gloria nos quedamos con la duda de si empezar a aplaudir cuando le película terminó. Nos contuvimos, como Almodóvar. A veces es mejor contener las lágrimas.
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