Monarquía absoluta: qué es y 4 ejemplos de países

El estado absolutista gobernado por un rey se define como monarquía absoluta. Te ponemos algunos ejemplos de países con esta forma de gobierno.

En la actualidad, los países que tienen como jefe de Estado a un rey se organizan en torno a una monarquía parlamentaria: los poderes del monarca están limitados por un parlamento democrático elegido por el pueblo en sufragio universal. Su precedente fue la monarquía absoluta, donde el rey disponía de poder ilimitado.

Analizamos las características fundamentales de la monarquía absoluta ligada a su período histórico, la sociedad estamental, y los países más representativos de esta forma de organización del Estado.

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Definición de monarquía absoluta

De la misma forma que la monarquía parlamentaria se da en las democracias liberales, la monarquía absoluta es el resultado de una época determinada: el Antiguo Régimen, que extendiéndose des del siglo XV al XVIII, se asienta sobre las bases de la sociedad estamental en transición del feudalismo al capitalismo.

El inicio de la organización racional del Estado y el surgimiento del Estado moderno marca el fin de la Edad Media y tiene como resultado práctico el nacimiento del estado absolutista. Durante esos siglos, el feudalismo sobrevivía gracias al gran peso del que aún disponía la nobleza, mientras se abría paso una nueva clase social: la burguesía.

Entre los historiadores hay un consenso en considerar la monarquía absoluta como un instrumento para equilibrar la antigua nobleza y la incipiente burguesía  y neutralizar sus luchar por el poder.

Las monarquías absolutas introdujeron una burocracia permanente, un sistema nacional de impuestos, un derecho codificado y los comienzos de un mercado unificado. Pero por encima de todo, la monarquía absoluta se define por los poderes ilimitados del rey, cuya dinastía reina al conjunto de los súbditos por la gracia divina.

Es decir, allá donde las monarquías parlamentarias de hoy tienen el poder limitado por el parlamento democrático, las monarquías absolutas no tienen límites a su poder. Y donde las monarquías parlamentarias tienen que ser escogidas o refrendadas, el origen de la legitimidad del rey absoluto es la voluntad de Dios.

5 características de la monarquía absoluta

La ciencia política establece estructuras cerradas de características para definir las formas de Estado y de gobierno, que nos sirven para definir y desgranar los rasgos que caracterizan a la monarquía absoluta.

1. Legitimidad divina

Una de las características del período en el que surge la monarquía absoluta, el Antiguo Régimen, era la indisociable unidad del Estado con la religión.

Lo que definía un Estado, de hecho, era la religión que lo sostenía. Así, España era un estado católico, Inglaterra era un estado protestante y Rusia era un estado ortodoxo. De ahí que las guerras en ese período tuvieran siempre un fuerte componente religioso.

De ello se deduce que la principal legitimidad del rey fuera la voluntad de Dios. La explicación es filosófica. Hasta la llegada de la Ilustración y el liberalismo, el hombre creía que la organización social derivaba de la natural ordenación divina: la función de cada clase social estaba determinada por la forma en que Dios organizaba el mundo.

De esta manera, cada estamento o clase social cumplía una función, y en la cúspide estaba el monarca, que como elegido por la gracia divina disponía de poder ilimitado.

2. Sociedad estamental

El rey absoluto no tenía contrapoderes ni límites a sus prerrogativas, y su función era gobernar a los súbditos. Estos se dividían en estamentos, que básicamente eran tres: el clero, la nobleza, y la plebe  (campesinado-burguesía).

Uno de los rasgos fundamentales de la sociedad estamental en la que nace y se desarrolla la monarquía absoluta es que la división social tiene un componente hereditario: la sangre es lo que manda. Por eso es una sociedad sin capacidad de ascensión social.

Un noble era noble porque había nacido en el seno de una familia noble, y por ello tenía unos derechos adquiridos.

Una de las tensiones sociales que a la larga dio lugar a las revoluciones liberales y el fin del absolutismo era que la burguesía no tenía cabida en esa estructura, pues aunque disponía de ambición y cada vez más dinero, seguía formando parte de la clase con menos privilegios.

3. Economía mercantilista

El mercantilismo se desarrolló al calor de los Estados modernos, a medida que estos fueron dejando atrás el feudalismo y abrazaron la complejidad de la nueva economía, que introducía el comercio, la artesanía y la incipiente industria como novedades.

La característica del mercantilismo es el papel central del Estado en la economía y su función de protector de los intereses nacionales. Es el nacimiento del proteccionismo económico, pues el mercantilismo tenía como objetivo primordial el crecimiento de la riqueza nacional.

Para realizarlo, la monarquía absoluta tenía como prioridad la obtención de metales preciosos, sobre todo oro y plata. Por eso era tan importante  hacerse con el máximo de territorios posibles que pudieran nutrir al estado de esos elementos. El imperialismo fue el resultado lógico de esa política expansiva.

4. Burocracia administrativa

Para racionalizar territorios tan amplios con una complejidad social cada vez mayor, las monarquías absolutas se dotaron de una auténtica maquinaria administrativa organizada de forma burocrática.

Así, poco a poco se fue consolidando una amplia red de ministros y funcionarios que garantizaban el cobro de los impuestos, la organización de los ejércitos, el funcionamiento de los territorios coloniales, el mantenimiento del orden público, etc.

A su vez, eso creaba una estructura de fidelidad e identificación con el poder absoluto, que se presentaba ante sus súbditos y ante el resto de potencias mundiales como una poderosa y eficiente maquinaria con poder ilimitado.

5. Ejército centralizado y poder represor

Un rasgo fundamental para garantizar el poder de un estado era la centralización de sus ejércitos.  La falta de unión del poder político en la era medieval hacía que los ejércitos fueran milicias al servicio de un caudillo noble, con intereses privados.

Lo que hace la monarquía absoluta es crear un ejército centralizado y profesionalizado cuya misión era la protección de la figura del rey y los intereses de los estados. Era el brazo armado del rey y defendía la nación en las guerras contra otros estados.

Además, para garantizar el orden interno las monarquías desarrollaron un poderoso aparato represor que garantizaba el cumplimiento de las obligaciones. La Inquisición española fue un buen ejemplo del poder represivo del estado absoluto.

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5 países con monarquía absoluta

Tomando en consideración las características fundamentales de la monarquía absoluta, hay que remarcar que en cada aplicación práctica esos regímenes adoptaron formas muy particulares. Es interesante ver cómo se organizó la monarquía absoluta en cada caso.

1. España: la monarquía hispánica

España fue punto de referencia y potencia pionera y hegemónica en los estados modernos europeos. La concentración de poder del monarca y su pretensión internacional influyeron en el resto de los estados absolutos europeos.

La fortaleza de la monarquía hispánica tenía dos fuentes principales: una, la gran extensión de conexiones que estableció la dinastía reinante de los Habsburgo con el resto de familias aristocráticas europeas, y dos, la adquisición de las colonias del Nuevo Mundo, en América.

Una de las características del absolutismo español fue la conservación de las particularidades nacionales del país, sobre todo en cuanto a la diversidad regional y el espíritu del catolicismo. Los primeros reyes absolutos, Carlos I y Felipe II se dedicaron a la expansión de las fronteras y la unificación religiosa del imperio.

En el siglo XVII los monarcas españoles (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) trataron de manejar las revueltas sociales y nacionales internas y las afrentas internacionales, pero no lograron contener la decadencia que acabaría con la instalación del absolutismo francés mediante la familia de los Borbones.

Los Austrias gobernaron en España bajo la creencia de que sus actos emanaban de la voluntad de Dios. Cabe resaltar, no obstante, las resistencias de los intelectuales de la Escuela de Salamanca, que liderados por Luis de Molina creían que el rey era un administrador, pero el poder residía en los administrados considerados individualmente.

2. Francia: el absolutismo francés

El absolutismo en Francia se vincula tradicionalmente a la figura de Luis XIV, el Rey Sol, que definió el concepto del estado absolutista en una frase. “El Estado soy yo”.

Tras el desastre de las guerras y consumido el país en los conflictos internos, Luis XIV asumió el trono con la intención de centralizar la administración, crear un poder fuerte y aupar Francia hasta competir con las principales potencias europeas.

Para ello suprimió el cargo de primer ministro y se liberó del politiqueo de las familias nobles: asumió en su persona el poder jurídico, legislativo y ejecutivo. Creó un gran ejército con el que inició una política exterior expansiva y que financió friendo a sus súbditos a abusivas cargas impositivas.

Además, Luis XIV era un rey harto extravagante. Su evolución en un sentido decadente tuvo su expresión en la figura de Luis XVI, un rey débil y sometido al control de su mujer, María Antonieta, en una corte llena de intrigas palaciegas y una extensa cohorte de vividores, príncipes y princesas cuyo despilfarro suponía el 20% del presupuesto estatal.

Por eso se explica que durante años el pueblo francés, hambriento y sometido a la dictadura de los impuestos, fuera acumulando odio contra la monarquía con un resultado drástico: la guillotina.

3. La Prusia absolutista

En Europa oriental, el absolutismo se caracterizó por la intensificación de la servidumbre de los campesinos, y un carácter mucho más despótico del poder gobernante. Eso se explica porque en esos países no se desarrolla la clase burguesa, y sigue imperando una clase aristocrática muy poderosa y un campesinado oprimido.

Esto se evidenció en Prusia, que creó un estado muy centralizado con un poderoso ejército y una gran maquinaria burocrática. Con varios frentes abiertos, el primer monarca Frederick Wilhelm Hohenzollern apostó por un estado fuertemente militarizado, lo que le consideró una notable fortaleza frente al resto de potencias.

De eso se derivó el carácter militar germánico en los siglos posteriores, también muy influenciado por la alianza entre la monarquía y los junkers (terratenientes locales) que garantizaron el mantenimiento económico de un eficaz sistema burocrático.

4. La monarquía absoluta rusa

Basta con leer las novelas de Lev Tolstoi para hacerse una imagen de lo que fue la monarquía absolutista en Rusia, más conocida como el zarismo. Se repite el mismo fenómeno que en Prusia, pues al no existir la burguesía se forma una alianza sagrada entre la monarquía y la nobleza para retorcer las condiciones de los campesinos.

La servidumbre en Rusia fue mantenida por un fuerte aparato represivo y por la cohesión que garantizaba la unidad religiosa: la Iglesia ortodoxa fue un pilar fundamental de la estabilidad social. El zar era el primer elegido de Dios.

La monarquía absoluta rusa ha sido la que más ha durado, extendiéndose hasta 1917 cuando la revolución rusa liquida el zarismo y ejecuta a la familia real.

Hasta entonces, el absolutismo en Rusia ha dado grandes nombres como el de Iván el Terrible, Pedro el Grande o Catalina la Grande. El punto de inflexión de su decadencia fue el no saber hacer la transición desde un feudalismo longevo y un capitalismo incipiente en el que las fuerzas vivas de la sociedad luchaban por emerger.

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Bibliografía

  • ANDERSON, PERRY, La monarquía absoluta. Siglo XXI editores. Madrid, 1979.