A lo largo de la historia las civilizaciones han dejado escritos diferentes interpretaciones legendarias que han dado lugar a la cosmogonía y los mitos cosmogónicos del mundo más extendidos. La mitología no es nada más que el intento de los hombres de explicar el universo y el origen de la existencia. De esas cosmogonías hemos heredado varias explicaciones que nos trasladan ideas muy variadas del significado del mundo.
La cosmogonía es la parte de las narraciones mitológicas y legendarias que se ocupa de explicar la creación del mundo. En tanto que los mitos eran la descripción simbólica de aquellos fenómenos para los cuales las civilizaciones no tenían una respuesta, explicar el misterio de cómo se crearon el universo y la tierra se convirtió en una de las principales tareas de la mitología.
Las cosmogonías comparten unos elementos comunes: parten de la nada y la oscuridad para explicar, de diferentes formas, la creación del cielo, los mares, la tierra, y aquello que los habita. La cosmogonía que nos es más conocida es la judeocristiana (la Génesis). Aquí te narramos otras seis correspondientes a seis civilizaciones históricas.
Existen multitud de interpretaciones sobre el origen del mundo y el universo, y cada una de ellas lleva aparejada una simbología y un significado. Veamos algunas de las más interesantes:
En el mundo occidental, fuera de la explicación judeocristiana del origen del mundo, la cosmogonía griega es la más extendida. Esta se fundamenta en la mitología de la Grecia Antigua y ha llegado a nuestros días en numerosos escritos, aunque sin duda es la Teogonía de Hesíodo la referencia principal.
Cuenta la tradición de los griegos arcaicos que el estado precedente a la existencia es el Caos. De él nacen Gea (la Tierra) y el inframundo representado por Tártaro. Aparece también la Noche (Nix) y el Día (Hemera).
De Nix nacen Tanatos (la muerte), Hipnos (el sueño) y Moros (el destino), además de otras divinidades que representaban la envidia, la venganza, la violencia, la angustia y el engaño, entre otras.
De forma asexual Gea tuvo como descendencia a Urano, el Cielo que da cobijo a los dioses, y Ponto, los mares. De su unión con el propio Urano nacieron los Titanes y las Titánides, que representaban los ríos, la inteligencia, la luz, la vida mortal, el tiempo, los rebaños, la memoria, los idiomas, la justicia, y la fertilidad entre otras.
Uno de los mitos cosmogónicos más conocidos de la cosmogonía griega es la que cuenta la disputa entre Urano y Cronos. Urano había pronosticado que uno de los hijos de Cronos estaba llamado a destronarle, por lo que este se comió a todos sus hijos, uno por uno, a medida que iban naciendo.
Su esposa Rhea, enojada, decidió dar a luz en secreto a uno de sus hijos, Zeus, que se convirtió en el dios del Rayo y del Olimpo. Zeus liberó a sus hermanos de las entrañas de Cronos y declaró la guerra a la antigua generación de Titanes.
Zeus se erige vencedor en la Guerra de los Titantes y junto con sus hermanos Hades y Poseidón se reparten el cielo, los mares y el inframundo. Desde ahí, la reproducción de la estirpe divina se centró en la figura del propio Zeus.
Se trata de una de las cosmogonías más complejas por su diversidad: existían varias explicaciones dispersas por todo el imperio, que se fueron unificando hasta desembocar en dos grandes mitologías, la de Heliópolis (explicación física) y la de Hermópolis (versión espiritual).
Según la cosmogonía heliopolitana, la más aceptada en Egipto, el precedente de la existencia es un caos acuoso formado por agua turbia que contiene el germen de la vida. A través de ella emergen las montañas y los diferentes accidentes geográficos. En la cúspide de la colina central se yergue el huevo del que nacerá el Sol.
En la narración el dios de la creación es Ra, que crea el Cielo y la Tierra y todas las formas de vida existentes. Lo hace a través de su boca (con el mero hecho de mencionarlos) pero también a través de la masturbación, como queda proclamado por el propio Ra en el libro de la creación de los egipcios.
Así se configuran los nueve dioses de la cosmogonía de Heliópolis, que junto a Ra conforman Shu (el aire), Tefnut (la humanidad), Geb (Tierra), Nut (cuerpos celestes), y sus cuatro hijos Osiris, Isis, Seth y Neftis.
Según la cosmogonía hermpolita hay ocho divinidades que forman cuatro parejas y actúan de forma unida. La primera pareja es Naun y Naunet (el caos), seguida de Heh i Heket (el espacio infinito), Kuk i Kauket (las tinieblas) y Nia y Niat (la vida). Estas divinidades representan el principio de la vida, lo esencial.
De la actuación de esos cuatro elementos aparece la primera colina sobre la cual descansa el huevo del sol que da lugar a la creación.
La cosmogonía celta es probablemente la más ligada a su origen territorial de todas las explicaciones mitológicas sobre el origen. Más que intentar explicar la creación del mundo, trata de narrar cómo se creó Irlanda, cuna de la civilización celta.
Cuenta la leyenda que la vida surgió de la Nada (Annwn), en un estado preexistente de vacío llamado Manred. Los primeros seres de la tierra fueron los gigantes del mar, con aspecto terrorífico (tenían solo una pierna, una mano y un ojo en la frente) y poderes sobrenatuales. Los Fomoré llegaron a la tierra llamada Irlanda cometiendo las peores fechorías con una crueldad infinita.
Más tarde llagó Partholan con su esposa Dalny y una comunidad de 24 hombres y 24 mujeres que entablaron una lucha de 300 años contra los gigantes Famoré al tiempo que expandían la tierra y los lagos para su sustento. Sin embargo una pandemia arrasó de forma fulminante la estirpe de los Partholianos.
Treinta años más tarde llegarían los Nemedios en varias embarcaciones de las que sólo se salvó una. Su patriarca Nemed, junto a 4 hombres y 4 mujeres, desafiaron de nuevo a los Fomoré que habían regresado a Irlanda. De nuevo, tras conquistar la tierra, perecieron en una plaga, y solo años más tarde sus descendientes Firbolg y Tautha (danaanos) lograron regresar para defenderla de los gigantes.
Entre los danaanos y los Fomoré se libró una guerra definitiva que acabó con la victoria de los danaanos gracias al concurso de la divinidad Lugh (dios de la luz). Desde entonces se crean las dos Irlanda, la material, poblada por los danaanos y sus descendientes, y la espiritual, con la actuación de las divinidades.
Cuenta el Libro de Popol Vuh que al principio todo era silencio y calma. En medio de la oscuridad más absoluta yacían agazapados cubiertos con plumas azules y verdes los dioses de la Creación llamados Tepeu y Gucumatz.
Dice la leyenda que ambos se reunieron en los confines de la noche y tomaron la decisión de crear el hombre con las primeras luces del día.
Primero ordenaron que las aguas se retiraran y emergiera la tierra, que el cielo se aclarara y aparecieran las montañas, los valles, los ríos y los árboles. Y así quedaron unidos el Cielo que antes estaba en suspense y la Tierra que antes estaba sumergida.
En segundo lugar los dioses creadores formaron los animales: los cuadrúpedos, las aves, los reptiles. Les dieron un lugar para vivir y les ordenaron que les adorasen, pero no podían hablar, solo cacarear, y entonces crearon al hombre.
Según el mito de los mayas, el primer hombre fue creado de barro, pero era endeble y aunque podía hablar, no podía pensar. Después de destruirlos crearon al hombre de madera, cuyo ingenio era aún insuficiente, y ordenaron el diluvio para su aniquilación.
Fue entonces cuando crearon el hombre de una mazorca de maíz. Al nacer, los cuatro primeros hombres dieron las gracias a los dioses, pero conocían y podían ver demasiado, con lo cual se les fue limitado el conocimiento.
A continuación se creó la mujer, y así es como el libro de Pol Vuh concluye uno de los grandes mitos sobre la creación del mundo, de forma que los hombres tuvieran más entendimiento que los animales pero sin llegar a suplantar la divinidad de los dioses.
Hasta ahora hemos visto cosmogonías relacionadas con la divinidad, pero hay otro tipo de mitos que explican el origen del mundo a través del azar, como la cosmogonía china.
El precedente del mundo actual, según los chinos, era un gran huevo negro dentro del cual dormía el dios Pangu en un largo letargo de 18.000 años. Al despertar quebró el huevo con una hacha y los pedazos de la cáscara se dispersaron, al tiempo que la clara del huevo ascendía formando los cielos. En la yema se formó la Tierra.
El mito chino de la creación recurre a la explicación dualista del mundo, pues dentro del huevo que formaba el universo en un principio habitaban el Ying y el Yang: el bien y el mal, el frío y el calor, lo masculino y lo femenino, la luz y la oscuridad. Y es la lucha de los opuestos lo que hace despertar definitivamente a Pangun.
Dice la leyenda china que el cuerpo de Pangu quedó entre el cielo y la tierra durante 18.000 años más. Su cabeza estaba en el cielo, sus pies en el tierra, y solo cuando este murió agotado por el esfuerzo, su cuerpo dio lugar al resto de los elementos de la creación.
Del aliento de Pangu nacieron el viento y las nubes, y de su voz los truenos. Sus ojos fueron el sol y la luna. Las estrellas se crearon con su pelo y su barba. Sus brazos y sus piernas formaron las montañas, y su sangre baño los ríos y los océanos. De sus venas se extendieron los caminos y sus músculos crearon la tierra fértil.
Los seres humanos son las pulgas que habitaban en el cuerpo de Pangun.
Como en la mayoría de los mitos sobre la creación del mundo, los pueblos escandinavos germanos de lo que hoy es el norte de Europa creían que al principio solo había oscuridad.
Según el Völuspá, libro que recoge la cosmogonía nórdica, el norte era un reino de hielo y niebla, nubes y sombras, llamado Niflheim, mientras que el sur era una tierra de fuego llamada Muspelheim. En medio reinaba la nada, el vacío, en el reino de Ginnungapap.
Dice la leyenda nórdica que en el reino del norte existía una fuente natural de aguas heladas que desembocaba en el Ginnungapap, hasta que lo llenó todo de hielo. En Muspelheim saltaban las ascuas de fuego que al tomar caer en el helado suelo de Ginnungapap formaba nubes de vapor. Estas, de camino hacia el norte, iban derritiendo las aguas heladas de las cuales nacieron el gigante Ymir, el primer ser viviente de la tierra, y la vaca Audumla, que amamantó al gigante.
Del matrimonio de Bestla (hija de Ymir) y Bor (nieto de Audmula) nacieron los tres dioses, Odin, Vili y Va, que exterminaron a los gigantes. El cuerpo del gigante Ymir fue sacado a la superficie de las aguas desbordadas tras el deshielo; y así se creó la tierra: sus huesos fueron las montañas, y su sangre los océanos. Con sus cabellos se crearon los árboles, y su calavera fue utilizada para construir la bóveda de los cielos, cuya oscuridad fue iluminada por las ascuas de Muspelheim convertidas en estrellas.
De los troncos de dos árboles inertes Odin creó a los hombres, a los que el resto de dioses dieron entendimiento, alma y belleza.