La sociedad ha ido cambiando con el paso de los años, eso es más que evidente. Este progreso gradual ha traído consigo modificaciones a varios niveles, posibles gracias a los avances tecnológicos, que a su vez, han supuesto un cambio en las necesidades de los ciudadanos. Un ámbito de los que más se ha transformado ha sido el de los oficios antiguos, profesiones que ya no se realizan o que han dejado de existir.
Los trabajos de antaño pretendían cubrir necesidades que no podían ser resueltas por la falta de tecnología:
Alguno quedaba cuando un servidor ya había nacido, aunque por entonces ya era raro verlos. En los cines o teatros era frecuente encontrarnos con esta figura, cuya tarea consistía en acompañar a los asistentes a estos eventos al interior de la sala y, una vez dentro, indicarles cuáles eran sus asientos. El acomodador trabajaba provisto de una linterna, para evitar realizar su labor a oscuras y facilitar a los clientes un mejor servicio.
Igualmente, permanecía dentro de la sala y mandaba callar al público ruidoso, algo por lo que se echan en falta, especialmente en ciertas salas de cine, invadidas por hordas de cavernícolas asilvestrados que no saben guardar las formas ni respetar al prójimo.
El aguador recorría las viejas calles adoquinadas de las ciudades y pueblos, llevando una carreta de madera (habitualmente tirada por animales de arrastre) que iba cargada con cántaros llenos de agua. Su profesión consistía en proveer de agua potable a las viviendas cuando no existía el sistema de agua corriente.
No obstante, en ciertas zonas remotas del planeta todavía existen aguadores, especialmente aquellas más empobrecidas.
En las boleras de antaño, cuando alguien anotaba un tanto y tiraba los bolos, ¿quién crees que los volvía a poner en posición? Nada menos que niños o adolescentes que tenían asignado un carril que debían vigilar y, cuando los bolos cayeran, recolocarlos rápidamente para que se pudiera seguir jugando.
No obstante, con la aparición de máquinas que realizan esta función y que devuelven las bolas una vez desaparecen por el hueco, ser colocador de bolos pasó a ser otro de los oficios antiguos que ya no existen.
Pocos recordarán o habrán probado lo que era dormir sobre un colchón de lana. Acostumbrados a materiales sintéticos y ergonómicos, lo cierto es que esto puede sonar a reliquia. No obstante, antiguamente todos los colchones estaban fabricados con lana, un tejido que con el tiempo deformaba la pieza.
Con tal de que recuperase la forma y pudiera seguir utilizándose sin molestias, se enviaba al colchonero, que a base de golpes de vara lograba devolverlo a su estado original.
También conocidas como “parteras”, se trataba de mujeres especializadas en la asistencia durante el alumbramiento. Cuando era el momento de traer al mundo al recién nacido, la comadrona se desplazaba al hogar de la parturienta, se colocaba entre sus piernas y la ayudaba a expulsar al bebé.
No es que se trate de una profesión que ya sea historia, pues las áreas de maternidad de los hospitales cuentan con lo que ha pasado a denominarse “matronas” o “profesionales en obstetricia”, personas con formación especializada que realizan el seguimiento del embarazo, incluyendo los aspectos relacionados con la salud de la madre y el bebé.