Con vistas al mediterráneo, cerca de dónde vivo, existe una tienda de tatuajes a la que pocos clientes acuden. En la hora escasa que estoy allí y me acabo la bebida (en el establecimiento también se sirven) me llama la atención que muy pocos se acercan para solicitar los servicios del tatuador, que lleva la mitad del cráneo repleto de tribales y otros símbolos. Algunos se pasan para saludar y rápidamente se marchan para atender otros asuntos, ya se conocen de antes.
Forman parte del club de moteros más grande y peligroso del mundo, los Hells Angels o Ángeles del Infierno.
Detrás del rugido de las motos y ese aire a Sons of Anarchy se esconde una realidad mucho menos glamurosa: el tráfico de drogas y la extorsión. Los Hells Angels subsisten a base de pequeños negocios locales que gestionan con recelo. Las relaciones entre los miembros del club se sustentan en una especie de pacto de confianza que deben cumplir sí o sí, y por lo tanto están obligados a cometer ciertos actos, en ocasiones violentos o delictivos, por y para el futuro de la banda.
No es tan simple acceder a la banda. Si alguien quiere formar parte de los Hells Angels, debe pasar por un período de prueba para demostrar su compromiso. A partir de ese momento, otros aspectos de su vida pasaran a un segundo plano y dedicará gran parte de su tiempo a ellos. La única forma de acceder de forma rápida es a través de un amigo o a través de una absorción (cuando un grupo de moteros pierde su identidad para formar parte de otra).
Una buena manera de demostrar que vas en serio es haciéndote tatuajes. Cualquier consigna es válida, ya sea Support 81 (los números se corresponden al orden en el alfabeto de las iniciales H.A.) o Big Red Machine, en alusión a los colores del grupo.
Poco a poco, el sentimiento de pertenencia a un grupo va calando y los iniciados participan en las actividades de los moteros, que consisten en acudir a concentraciones de Harley Davidson, organizar quedadas y conciertos y, en última instancia, practicar la extorsión y el tráfico de drogas. Este suele ser un punto delicado.
Salir de los Ángeles del Infierno no es tarea fácil. Aunque algunas pocas veces se consigue una salida pactada, desaparecer sin más se considera poco menos que una traición. Además, los responsables del grupo local se pueden poner nerviosos al no saber si puedes informar a terceros de actividades delictivas.
La banda se formó un 17 de marzo de 1948 y sus máximos representantes eran la familia Bishop, veteranos de la Segunda Guerra Mundial. El nombre del club está inspirado en los batallones bélicos americanos que participaron en el conflicto, tales como los Death Angels.
Con sede en California, adquirieron notoriedad en los años 60 como un movimiento contracultural en San Francisco, momento en que se popularizó la marca Harley Davidson, aunque en años posteriores la delincuencia se convirtió en su principal forma de financiación, y también en un estilo de vida.
Los Hells Angels están considerados fuera de la ley según la jurisdicción de varios países, entre ellos Estados Unidos y Canadá. En España, han ocupado varias páginas en los medios por ser protagonistas de operaciones policiales.
Por ejemplo, en noviembre de 2016, unas nueve personas fueron detenidas en Oviedo, A Coruña, Lugo y Vizcaya, todas ellas vinculadas al club de motoristas y con cargos por pertenencia a organización criminal, tráfico de drogas, extorsiones, coacciones, lesiones, tenencia ilícita de armas y hurto. Tres de los detenidos representaban altos cargos de la banda, tales como Presidente o Sargento de Armas.
En Cambrils, en la costa de Tarragona, varios miembros de los Ángeles del Infierno amenazaron a un tatuador de la zona que les estaba haciendo competencia. Los moteros se armaron con un martillo y amenazaron con romperle la mano al artista si no accedía a sus pretensiones. Los extorsionadores fueron detenidos.
Los Hells Angels son hoy una sombra de lo que fueron y representan un grupo minoritario, con relativamente poca presencia en nuestro país. Aunque siguen siendo respetados por su larga trayectoria y su historial delictivo, otras bandas menores van cobrando fuerza en la península, como es el caso de los Templarios.
En 2015 saltó la noticia de que Frank Hanebuth, considerado el máximo líder de la banda en Europa, estaba buscando trabajo en nuestro país. Tras pasar dos años en prisión al ser condenado por una larga lista de delitos, reunió los 60.000 euros de fianza y volvió a su residencia en Mallorca dispuesto a reinsertarse en la sociedad, o eso afirmó..
Mientras tanto, la pertenencia a un club sigue siendo un buen pretexto para seguir al margen de la ley, en ocasiones con total impunidad y en otras con un destino conocido de sobras: la prisión.