En el cine y en televisión todo acostumbra a ser ficcionado, ya que pequeños detalles que ni llegamos a imaginar, incluso las escenas de sexo que puedan haber, pueden estar retocados en post producción. No obstante, cada cierto tiempo nos llegan películas en las que los directores decidieron transgredir todas las normas del decoro para mostrar a los actores consumando relaciones ante la cámara, portando con ello la polémica y, de paso, un poco de publicidad.
Veamos algunas de esos momentos más subidos de tono, tanto reales como fingidos.
Sin trampa ni cartón. En estas secuencias los implicados tuvieron sexo real.
La manera de hacer cine de antaño nada tiene que ver con cómo se ruedan actualmente muchas secuencias polémicas o complejas en cuanto a su realización, algo que queda claro si vemos El imperio de los sentidos, basado en el apasionado romance en la vida real entre una geisha y un hombre casado durante el periodo de entreguerras en Japón. Para hacer más realista el romance de los protagonistas, Osima no tuvo ningún reparo en hacerles rodar teniendo sexo de verdad, lo que provocó una oleada de críticas que hicieron que dichas secuencias tuvieran que ser recortadas.
Para darle autenticidad al desenfreno sexual que imperaba en la antigua Roma, el productor Bob Guccione apremió al descarado director italiano (que acabaría siendo despedido) para que añadiera varias escenas sexuales reales, entre las que destacan una multitudinaria orgía donde tampoco faltan las felaciones. Si bien es cierto que para dicha secuencia se recurrió a profesionales del porno, no es menos cierto que Helen Mirren, Peter O’Toole y Malcolm Mcdowell (Alex DeLarge en La naranja mecánica) protagonizaron otros de los momentos más tórridos; eso sí, simulados.
El cineasta que había triunfado en 1973 con El exorcista se puso tras la cámara para filmar una cinta que tenía lugar en las zonas de ambiente gay de Nueva York, donde un asesino en serie se dedica a acabar con la vida de los homosexuales de la comunidad. Para dar con él, el agente Burns frecuentará los locales del lugar, en los que la lascivia está a la orden del día.
Titulada originalmente “Cruising” (en alusión a los encuentros esporádicos que ocurren en lugares públicos, muy común en el colectivo gay), esta cinta ochentera cuenta con casi cuarenta minutos de masturbaciones, sexo oral y orgías entre varios hombres, que tuvieron que ser recortados de su versión final.
Si por algo se ha caracterizado gran parte del cine español, y Lucía y el sexo no iba a estar exenta de ello, es por el elevado contenido erótico en gran parte de sus películas. En esta obra de Medem, nacerá una irrefrenable pasión entre Lucía y un afamado escritor al que admira. Ambos se entregarán el uno al otro sin contemplaciones, dando rienda suelta a sus instintos más carnales.
De sus escenas de sexo real más tórridas (eso sí, llevadas a cabo por dobles que simulan ser la pareja de estrellas), destaca una en una playa de Formentera, en la que hay mucho barro de por medio y, ojo al dato, la erección en primer plano de un miembro viril al que se enfoca de cerca mientras lo masturban.
Ken Park, el controvertido trabajo de Larry Clark después de la dramática Kids (1995), nos plantea cómo es el despertar sexual de un grupo de adolescentes, amigos desde la infancia, que viven en un barrio de California. A pesar de su edad, los tres chicos y la chica sobre quienes planea la trama, se sumergirán en todo tipo de juegos sexuales sin tabúes, a los que recurren como válvula de escape de su tormentosa existencia.
Momentos como los del trío o la escena de cama entre una mujer adulta y un menor, sí fueron recreadas por dobles de cuerpo debido a que por edad los actores no podían llevarlas a cabo por sí mismos; mientras que otros, como la masturbación de Tate hasta el clímax, no fueron para nada recreados.
El motorista profesional Bud Clay viaja en su moto desde New Hampshire hasta California para disputar una nueva carrera. Durante su recorrido, se topará con varias mujeres con las que tendrá fugaces, aunque ardientes, romances de una noche. No obstante, ninguna de ellas es lo suficientemente buena como para quitarse de la cabeza a Daisy, un antiguo amor sobre el que todavía piensa.
Vincent Gallo dirige y protagoniza esta cinta de autor que, más allá de sus escenas explícitas aunque tolerables, fue vapuleada en Cannes por atreverse a mostrar una felación real, practicada por Chloë Sevigny (en el papel de ex-novia) a Gallo, su pareja en la realidad por aquel entonces. Los principales detractores alegaron que un momento tan explícito únicamente había sido grabado para darle publicidad al film.
Lisa y Matt se conocen en un concierto durante la noche londinense. Desde entonces, estos dos desconocidos se embarcarán en una aventura que mezclará la música en directo con el sexo salvaje al son de 9 canciones, que serán la banda sonora de sus encuentros sexuales.
En apenas 70 minutos, el inglés Michael Winterbottom realizó la que probablemente sea su película más provocativa, en la que las secuencias de sexo del dúo principal fueron totalmente auténticas, sin recurrir a dobles de cuerpo; lo que acerca peligrosamente a 9 songs a la categoría de pornografía si no fuera por su montaje en post-producción.
Un film que, a diferencia de los comentados hasta ahora, se toma el sexo de un modo más desenfadado, casi rozando el tono cómico. Aquí, Severine, que trabaja como dominatrix, se encargará de ayudar a Sofia (ojo al dato, terapeuta sexual), a que logre tener un orgasmo de una vez por todas. El club “Shortbus” será el escenario en el que esta historia convergerá con la de un variopinto grupo de personajes que tienen algo en común: acuden a este lugar para evadirse de sus miserias a través de la lujuria.
Poco antes de convertirse en vampiro recubierto con lo mejor de Swarovski, Robert Pattinson se metió en la piel del joven pintor Dalí, que pasó su juventud en una Residencia de Estudiantes de Madrid, lugar en el que se hizo amigo de Buñuel y Lorca.
La película de Morrison explora los años mozos de este carismático trío de artistas y, aunque pasó desapercibido para la mayor parte del público, se ha hecho célebre ahora que se sabe que el futuro Cullen se dio amor propio hasta culminar con un primer plano de su rostro, que reflejaba un placer que fue de todo menos ensayado.
Siempre dispuesto a despertar las iras de espectadores (y especialmente de los críticos), Lars Von trier dirigió este díptico sobre la sexualidad en el que plasmó sus fantasías más primitivas, narradas en forma de flashback por Joe, la ninfómana que da nombre a la cinta, después de ser rescatada de un callejón en el que ha sido apaleada.
Contando con un elenco de actores de gran prestigio, Trier les puso al límite de sus dotes actorales para hacerles grabar multitud de escenas subidas de tono que, aunque adujo que fueron llevadas a cabo mediante prótesis ficticias y que no hubo coitos reales; momentos como el de Shia Labeouf y Stacy Martin, hacen difícil de creerlo. Sin embargo, parece que todo se trató de un elaborado montaje en el que se combinaron los torsos de las superestrellas con las partes pudendas de sus dobles (que sí que copularon), para así crear la ilusión de que estaban manteniendo relaciones reales.
La apartada playa de un lago es el lugar frecuentado por varios cruisers en busca de sexo sin compromiso mientras se tuestan al sol. En este paraje atípico coinciden el solitario Franck y el misterioso Henri, un hombre por el que se siente fuertemente atraído. A pesar del oscuro secreto de éste, Franck se rendirá a los deseos de la carne con tal de llenar su vacío...
A pesar de los múltiples intentos del cineasta por lograr que fueran los actores quienes aparecieran en las escenas de sexo homosexual, éste finalmente tuvo que ceder y contratar a dobles de cuerpo para que lo hicieran en su lugar. Pero sí, lo hicieron.
Otro al que le gusta remover conciencias, como al bueno de Trier, es el argentino Gaspar Noé, algo que se le da muy bien desde aquella patada en el estómago llamada Irreversible (2002). En Love, convenientemente rodada en 3-D, somos testigos de la tortuosa relación de dependencia que se crea entre Murphy y Electra, quienes deciden incluir a un tercero en su cama.
Sin cortarse un pelo, Noé nos regala un festival de carne que poco difiere del porno convencional salvo, quizás, por un guion más elaborado y una puesta en escena muy cuidada.
Aunque lejos están de ser auténticas, las secuencias de estas ficciones de moda son realmente calientes.
Antes del remake americano, que se alargaría hasta cinco temporadas, se estrenó esta producción británica, centrada en tres personajes gays de un barrio de Manchester, Vince Taylor, Nathan Maloney y Stuart Jones. Estos dos últimos (encarnados por el mismísimo ‘Meñique’ de Juego de Tronos y un jovencísimo ‘Jax’ Teller, antes de enrolarse en los Sons of Anarchy) compartirían cama en varias escenas gay bastante gráficas, muy poco vistas hasta la fecha en una serie que se emitía por televisión.
El día a día de la clínica de estética ‘Mcnamara & Troy’ era el escenario perfecto para situar esta serie, que reflexionaba sobre las frivolidades que rodean al mundo de la cirugía estética y sobre lo que muchos son capaces de conseguir por tener el cuerpo perfecto. Fuera de allí, la serie centra su foco de interés en la sexualidad de sus personajes, entre ellos Christian Troy, el copropietario y playboy de oro que gusta de encamarse con cualquier mujer que se le ponga a tiro, especialmente con su ex Kimber, con quien tiene una relación un tanto tormentosa.
Dar a caza a peligrosos entes extraterrestres deja tocado a cualquiera, y si no que se lo pregunten a David Duchovny, ahora reconvertido en escritor aficionado al sexo salvaje, a la cocaína y a la bebida. Y es que si algo no nos faltará en Californication serán la promiscuidad ni el desmadre absoluto, eso sí, aderezado con las notas de un ingenioso humor ácido para hacer este cóctel, si cabe, más irreverente.
Hasta siete temporadas tuvimos que esperar para que Jon Nieve y Daenerys Targaryen (los pocos personajes que tienen el privilegio de haber sobrevivido desde la primera temporada a la carnicería que es este éxito de masas ha supuesto) terminaran acostándose, especialmente después de sus historias de amor fallidas. Y es que más allá de giros de guion, las traiciones y las crueles muertes inesperadas; las escenas de sexo de Juego de Tronos son otro de su gran atractivo.
Los Gallagher son una familia numerosa que va a la deriva, gracias en parte al negligente cabeza de familia, Frank. Como contrapartida, su hija mayor Fiona será la que se responsabilice de sus hermanos y de su alcohólico padre, mientras trata de llevar una vida normal propia de su edad. Ya desde el primer capítulo, Fiona nos dejaba claro las altas dosis de sexo duro que íbamos a encontrarnos en esta serie nada correcta políticamente hablando.
HBO dio la sorpresa en 2017 con este retrato de las vidas, aparentemente idílicas de tres madres de diferentes edades: Nicole Kidman, Reese Witherspoon y Shailene Woodley, excelentes todas ellas en sus respectivos papeles. Pero no todo es lo que a simple vista parece, ya que el dúo formado por Celeste Wright (Kidman) junto a su esposo de ensueño, Perry Wright (Alexander Skarsgård, con quien representa el paradigma de una vida idílica), interpretan una de esas escenas que, aunque sensual, dejan entrever el trasfondo de abusos que subyace en el matrimonio.
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