Federico García-Lorca (1898 - 1936) probablemente sea el dramaturgo español más admirado del siglo XX y uno de los representantes más insigne de la ‘generación del 27’. En los poemas de Lorca encontramos referencias a su amada tierra Andalucía, escenario en el que se sitúa muchos de sus escritos, que normalmente tratan acerca del amor y sus complicaciones, de los quehaceres de la vida en los pueblos o la inexorabilidad de la muerte.
Este genio de las letras, que nos dejó demasiado pronto de forma cruel, legó algunos de los versos más importantes de la antología poética española. Hemos seleccionado unos cuantos de su prolífica obra, cuyo significado hemos tratado de descifrar.
Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte.
El aire es inmortal. La piedra inerte
ni conoce la sombra ni la evita.
Corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.
Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas,
tigre y paloma, sobre tu cintura
en duelo de mordiscos y azucenas.
Llena pues de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena
noche del alma para siempre oscura
Si hay un tema recurrente en los poemas de Lorca, ese es el amor; más concretamente, el amor no correspondido. En esta ocasión, el narrador anhela tener nuevas de su amada, aunque agoniza ante el silencio que recibe en su lugar. Después de haberse volcado por un amor que nunca le será devuelto, se retuerce de dolor innecesariamente, vencido al recuerdo de lo que nunca fue.
Mi corazón oprimido
Siente junto a la alborada
El dolor de sus amores
Y el sueño de las distancias.
La luz de la aurora lleva
Semilleros de nostalgias
Y la tristeza sin ojos
De la médula del alma.
La gran tumba de la noche
Su negro velo levanta
Para ocultar con el día
La inmensa cumbre estrellada.
¡Qué haré yo sobre estos campos
Cogiendo nidos y ramas
Rodeado de la aurora
Y llena de noche el alma!
¡Qué haré si tienes tus ojos
Muertos a las luces claras
Y no ha de sentir mi carne
El calor de tus miradas!
¿Por qué te perdí por siempre
En aquella tarde clara?
Hoy mi pecho está reseco
Como una estrella apagada.
Una composición con la que el poeta trata de expresar el vacío que siente durante la noche y hasta el nacer del sol, un espectáculo que embelesa el alma del autor.
Me miré en tus ojos
pensando en tu alma.
Adelfa blanca.
Me miré en tus ojos
pensando en tu boca.
Adelfa roja.
Me miré en tus ojos.
¡Pero estabas muerta!
Adelfa negra.
A través de la progresión cromática de un arbusto (la adelfa), Remansillo es uno de los poemas de Lorca cortos que mejor ilustran el paso de la vida a la muerte.
Umbría de seda roja.
Tus muslos, como la tarde,
van de la luz a la sombra.
Los azabaches recónditos
oscurecen tus magnolias.
Aquí estoy, Lucía Martínez.
Vengo a consumir tu boca
y a arrastrarte del cabello
en madrugada de conchas.
Porque quiero y porque puedo.
Umbría de seda roja.
El escritor identifica el cuerpo de una mujer con determinadas imágenes (la luz, la sombra, los azabaches y las magnolias). La protagonista que da nombre a esta composición breve es el objeto del deseo del autor y despierta sus pasiones carnales.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
–Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
–Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
–Compadre, quiero morir,
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
–Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
–Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme subir!, dejadme
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal
herían la madrugada.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
–¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.
Seguramente estemos ante uno de los poemas más famosos de toda su obra. Se trata de una oda a la persona amada, separada en la distancia, que no hace otra cosa que contemplar el horizonte en espera de un reencuentro que parece inminente.
Abejaruco.
En tus árboles oscuros.
Noche de cielo balbuciente
y aire tartamudo.
Tres borrachos eternizan
sus gestos de vino y luto.
Los astros de plomo giran
sobre un pie.
Abejaruco.
En tus árboles oscuros.
Dolor de sien oprimida
con guirnalda de minutos.
¿Y tu silencio? Los tres
borrachos cantan desnudos.
Pespunte de seda virgen
tu canción.
Abejaruco.
Uco uco uco uco.
Abejaruco.
La noche, otro de los elementos recurrentes en su trabajo. Durante el crepúsculo, un abejaruco bate sus alas, paralelamente a tres borrachos que hacen aspavientos con los brazos. Al darse cuenta del ave, se ponen a imitar su característica manera de piar.
Vestida con mantos negros
piensa que el mundo es chiquito
y el corazón es inmenso.
Vestida con mantos negros.
Piensa que el suspiro tierno
y el grito, desaparecen
en la corriente del viento.
Vestida con mantos negros.
Se dejó el balcón abierto
y el alba por el balcón
desembocó todo el cielo.
¡Ay yayayayay,
que vestida con mantos negros!
El dramaturgo detalla el despuntar del alba, que se cuela a través de una ventana cuando ésta se abre para dar los buenos días. Tras una noche oscura, los rayos de sol inundan toda la estancia.
El mariquita se peina
en su peinador de seda.
Los vecinos se sonríen
en sus ventanas postreras.
El mariquita organiza
los bucles de su cabeza.
Por los patios gritan loros,
surtidores y planetas.
El mariquita se adorna
con un jazmín sinvergüenza.
La tarde se pone extraña
de peines y enredaderas.
El escándalo temblaba
rayado como una cebra.
¡Los mariquitas del Sur,
cantan en las azoteas!
Sin ningún tipo de tapujos, en este poema de Federico García Lorca, el dramaturgo habla abiertamente de la homosexualidad. En estos versos, un vecino gay vive su vida sin avergonzarse por los comentarios de los vecinos de su localidad, simplemente siendo quien es. ¿Una forma de autorreferenciarse, quizás? ¿O una forma de lamentarse porque Lorca no pudo vivir libremente, tal y como hace el personaje principal?
Largo espectro de plata conmovida...
Largo espectro de plata conmovida
el viento de la noche suspirando,
abrió con mano gris mi vieja herida
y se alejó: yo estaba deseando.
Llaga de amor que me dará la vida
perpetua sangre y pura luz brotando.
Grieta en que Filomela enmudecida
tendrá bosque, dolor y nido blando.
¡Ay qué dulce rumor en mi cabeza!
Me tenderé junto a la flor sencilla
donde flota sin alma tu belleza.
Y el agua errante se pondrá amarilla,
mientras corre mi sangre en la maleza
mojada y olorosa de la orilla.
Como en anteriores ocasiones, gran parte de sus poemas se desarrollan de noche. Cuando cae la oscuridad y la luna está en su cénit, el poeta se sume en la pena. El “largo espectro de plata conmovida” no es otra cosa que el reflejo argentado de la luna, que se abre paso por la herida nunca cerrada de un amor imposible.
La señorita
del abanico,
va por el puente
del fresco río.
Los caballeros
con sus levitas,
miran el puente
sin barandillas.
La señorita
del abanico
y los volantes
busca marido.
Los caballeros
están casados,
con altas rubias
de idioma blanco.
Los grillos cantan
por el Oeste.
(La señorita,
va por lo verde).
Los grillos cantan
bajo las flores.
(Los caballeros,
van por el Norte)
Con galantería, unos caballeros, a quienes parece no importar el hecho de haber pasado ya por la vicaría, tratan de cortejar a una dama refinada, que prefiere ignorar los halagos que le dedican (o tal vez es ajena a ellos) y pasear por la campiña.
Por las orillas del río
se está la noche mojando
y en los pechos de Lolita
se mueren de amor los ramos.
Se mueren de amor los ramos.
La noche canta desnuda
sobre los puentes de marzo.
Lolita lava su cuerpo
con agua salobre y nardos.
Se mueren de amor los ramos.
La noche de anís y plata
relumbra por los tejados.
Plata de arroyos y espejos.
Anís de tus muslos blancos.
Se mueren de amor los ramos.
Dos imágenes típicas de los poemas cortos de Lorca (la noche y una joven mujer) se dan la mano en una de sus composiciones más hermosas. Al caer la noche, una dama se baña en las orillas de un río, con el fulgor de la luna reflejándose en el agua, mientras la muchacha chapotea.
Oye, hijo mío, el silencio.
Es un silencio ondulado,
un silencio,
donde resbalan valles y ecos
y que inclina las frentes
hacia el suelo.
El autor introduce referencias religiosas en este poema corto. Concretamente, nos está contando cómo Dios le muestra a Jesús el mundo que él ha creado para la Humanidad. Los hombres y mujeres que lo habitan (el poeta entre ellos), ante semejante prodigio de la creación, no pueden hacer otra cosa que guardar silencio y agachar la cabeza.
Sobre el monte pelado
un calvario.
Agua clara
y olivos centenarios.
Por las callejas
hombres embozados,
y en las torres
veletas girando.
Eternamente
girando.
¡Oh pueblo perdido,
en la Andalucía del llanto!
La Andalucía rural de comienzos de siglo tiene dedicados muchos de los poemas de García Lorca breves. En los doce versos de Pueblo se nos describe cómo es la vida de pueblo, haciendo uso de los elementos típicos en las pequeñas poblaciones.
La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,
mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
¡Cómo canta la zumaya,
ay cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
el aire la está velando.
Un pequeño queda cautivado por el blanco fulgor de la luna, quien siente lástima y baja para cuidar de él. No obstante, la familia gitana a la que el muchacho pertenece pretende ir a por ella por habérselo arrebatado. Sin embargo, la luna lo tranquiliza para que descanse mientras espera a que lleguen.
Yo pronuncio tu nombre
En las noches oscuras
Cuando vienen los astros
A beber en la luna
Y duermen los ramajes
De las frondas ocultas.
Y yo me siento hueco
De pasión y de música.
Loco reloj que canta
Muertas horas antiguas.
Yo pronuncio tu nombre,
En esta noche oscura,
Y tu nombre me suena
Más lejano que nunca.
Más lejano que todas las estrellas
Y más doliente que la mansa lluvia.
¿Te querré como entonces
Alguna vez? ¿Qué culpa
Tiene mi corazón?
Si la niebla se esfuma
¿Qué otra pasión me espera?
¿Será tranquila y pura?
¡Si mis dedos pudieran
Deshojar a la luna!
La melancolía por la ausencia de la persona querida es la base de este poema de Lorca. Llegada la noche, el poeta no puede evitar pronunciar su nombre en sueños, prueba del vacío que siente en su interior a cada rato que pasa y que no están juntos. Lejos de disminuir, esta sensación parece acrecentarse.
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